Caducidad del signo

Nos pasamos la vida
intentando imprimir
nuestra huella en el suelo que otros pisan
y no nos damos cuenta
de nuestra condición de trilobites,
de eslabón oxidado
entre estirpes de monos lujuriosos.
Queremos prolongarnos en la tinta,
en el barro cocido, en la memoria
de objetos pertinazmente arbitrarios
y sustancias casuales o robadas,
bengalas vergonzantes en la noche,
máscaras retratadas sin vergüenza,
el semen enclaustrado,
canciones infantiles,
magia,
llamas…
Pero es difícil que permanezcamos
eternamente ciegos
ante esta realidad:
que el recuerdo es tan sólo la materia
de nuestra identidad, y no la de otras;
que somos sólo lo que recordamos,
y mientras recordamos;
que lo que otros recuerdan forma parte
del sueño de los dioses
y en nada nos prorroga;
que el día que perdamos la memoria
sangre, latido, aliento
ya no valdrán de nada.
Dejaremos de ser.
Los signos que usaremos
serán signos purísimos, caducos
en su ruina tenaz,
en su interrogación,
en su origen sagrado, prostituido.
Y las huellas que un día cultivamos
tan demoradamente
dejarán de latir
o de pertenecernos.

Palma de Mallorca, octubre de 2015 y febrero de 2016

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